LA MALETA
por Nacho Santos Portela
Anselmo se levantó despacio aunque llevase ya un par de horas en duerme vela. Desde que murió su mujer, hace ya seis años, había perdido el sueño y solo la televisión ejercía sobre él un extraño poder hipnótico, de forma que dormía con ella encendida, a tirones y era tal su dependencia que la noche que se iba la luz le era imposible conciliar el sueño. Había pasado inquieto toda la noche, pues sabía que estaba amaneciendo un día diferente, hoy era su último día de trabajo, a partir de mañana sería Anselmo el jubilado.
No sentía ninguna alegría, pensaba que su jubilación había llegado seis años tarde. Sin su mujer, sin haber tenido hijos, con muy pocos amigos vivos y ya achacosos, solo el trabajo que estaba obligado a abandonar le mantenía en activo. Además era un trabajo que le gustaba. Llevaba treinta años en el almacén de maletas perdidas del Aeropuerto, después de haber estado otros treinta de mozo maletero en la Estación del Norte, donde empezó ayudando a su padre.
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Anselmo caminó lentamente hasta el saloncito, acarició a la gata y habló en voz alta como lo hacía siempre con ella:
– “Hola Trosky”- dijo mientras le acariciaba –“ A partir de mañana me vas a tener que aguantar a todas horas, espero que seas buena chica y no te canses de mi”.
Llamaba Trosky a la gata por que cuando la trajo su mujer le dijo que era un macho, solo cuando a los pocos meses Trosky les monto un fenomenal escándalo y le llevaron corriendo al veterinario pensando que se había vuelto loco, se enteraron de que era una hembra y estaba en celo. Anselmo se negó a cambiarle el nombre y le dijo a su mujer – “Rosa, hazte a la idea de que se ha vuelto machota”, y ella se santiguó.
Rosa, su mujer se santiguaba cada vez que entendía que su marido decía una barbaridad, lo que ocurría muy a menudo, es mas, cuando Anselmo estaba con ella y notaba que no se santiguaba demasiado se decía –“Hoy tengo un mal día, no digo nada interesante”-
Cuando se casó con ella, su padre le dijo –“hay que joderse, que un hijo de Rufino el comunista se case con una beata come iglesias, ¡ay si mis compañeros asesinados levantasen la cabeza!”-.
A Anselmo no le molestaron las críticas de su padre, el sabía que Rosa era una buena chica y así se lo demostró a todos, nunca se quejó de las estrecheces, ni de que tuviese que trabajar cuando los padres de Anselmo se mudaron a vivir con ellos después de la última represalia contra Rufino por su activismo comunista. A pesar de que el padre y el hermano mayor de Rosa fueron fusilados por las checas de Madrid, ella nunca dijo nada contra su suegro, ni opinó contra las ideas de su marido, bien es cierto que el tampoco se metió con las misas diarias que Rosa escuchaba. Por eso Anselmo les decía a sus amigos –“Mucho se habla ahora de transición democrática y de reconciliación, en mi casa hace tiempo que ya pasamos esa asignatura”,-
Anselmo se dirigió caminando, como todas las mañanas, hacia la estación, enfrente de la que vivía, para coger el metro hacia su trabajo.
Le gustaban las estaciones y no paró hasta conseguir un pisito de alquiler enfrente de “su” Estación del Norte. Pero ya no salían trenes de largo recorrido, apenas si se veían ya maletas en esa estación, y para él una estación sin maletas era como un puerto sin barcos, nada, solo vías. Su querida Estación se había convertido en un enorme centro comercial lleno de comida basura, ropita para adolescentes y películas de Hollywood, ahora, cuando tenía nostalgia de estación con maletas, se iba a Chamartin o la Estación de Atocha, donde pasaba las horas muertas viendo a las maletas arrastrar a sus dueños
Anselmo no había estudiado apenas, sabía leer y escribir gracias a los desvelos de su madre. Pero en maletas, en maletas nadie le ganaba, se conocía todas las marcas clásicas: Spalding and Bross, Borbonese, Diesel, Freshjive, Ciesse, Furla, Merrel, Moschino, Tashia, Vespa, Vinters, Dunhill, Dubrovni, Roncato y también conocía las nuevas marcas: Samsonite, Sahora, Hommage, freestyler, eastpack, Delsey, Jansport, Coronel Tapioca, Decthlon, así mismo, se había adaptado a los nuevos tiempos y dominada el mundo de las mochilas, cuando en el aeropuerto le llegaba una maleta o una mochila de una nueva marca, se la quedaba mirando como si le sacase una foto, la cogía, la tanteaba, comprobaba el material, miraba las costuras, las cremalleras, los contrafuertes, las cerraduras, los correajes y lo catalogaba en su mente.
Empezó a trabajar a los doce años en la Estación del Norte, un compañero de su padre le buscó este trabajo para ayudar a la familia, porque Rufino estaba mas en la cárcel que llevando maletas. Anselmo hubiese preferido ser maquinista, le encantaba observar esas ciclópeas maquinas, se quedaba embobado viéndolas, lo que le costo mas de un capón
–“Niño muévete, aquí se viene a currar”-
Ante tanto embobamiento, un día su padre decidió hablar seriamente con el –“Mira Anselmo, no somos lo que hacemos, sino como lo hacemos, lo de menos es llevar y traer equipajes, lo importante es que sepas que tu trabajo es fundamental. Verás hijo, el capital espera que el obrero se embrutezca, que cuanto mas manual y pesado sea el trabajo mejor, por eso no tienes que dormirte ni pensar en poseer cosas materiales que no tendrás nunca, tienes que poner tus cinco sentidos en lo que te rodea, leer los signos, observar a las personas, quien lleva el miedo, quien lleva el poder, quien la inocencia o el crimen, tienes que estar bien informado de lo que se mueve a tu alrededor y solo así podrás estar preparado y cuando tus camaradas te necesiten, ayudarlos”-
Anselmo no entendió bien todo lo que su padre le dijo, pero a partir de ese momento abrió los ojos y los oídos, y su mente se convirtió en una esponja, todo lo absorbía, porque todo lo observaba, todo lo escuchaba y después lo almacenaba en su cerebro.
Estudiaba a las personas, sus gestos, sus ademanes, sus miradas, su forma de andar, de fumar, de coger los cubiertos, los vasos, de doblar los periódicos, observaba como vestían, como calzaban, como hablaban, todo hasta en los mas mínimos detalles, comparando y comparando, equivocándose una y otra vez aprendió a distinguir. No se le despintaban los policías camuflados, ni los militares, los universitarios, los jueces y fiscales, los empresarios, los funcionarios, los curas y las monjas de paisanos, los que habían salido de la cárcel, los novios enamorados, los matrimonios reñidos, los estudiantes suspendidos y a todo esto le añadió una particularidad, aprendió con muy escaso margen de error a relacionarlos con su equipaje.
Extraños conocimientos que había almacenado y que habían evitado su embrutecimiento, su mente siempre estaba trabajando. Sonreía al comprobar que como en la novelas de Serlock Holmes con una observación atenta se podía conocer más de una persona que con toda una tarde oyéndole relatar su vida y milagros, pues las palabras podía mentir pero los signos tenían su propio mensaje.
Cada vez que cogía una maleta, tomaba una historia en sus manos. Aunque por fuera fueran opacas para el eran como de cristal. Exteriormente eran maletas de piel, maletas de cartón, maletas con cuerdas, maletas con correas, maletas con escudos, maletas grabadas, maletas con porta tarjetas, maletas cuidadas, maletas arrastradas, maletas con marcas de tiza de la aduana, maletas con manchas de grasa, maletas con olor a perfume, maletas reparadas, maletas con parches, maletas con remaches, maletas de rallas, maletas de cuadros, maletas ligeras, maletas pesadas, maletas de fuelle, maletas reventadas, maletas, maletas, maletas…
Anselmo se sobresaltó en el vagón del metro y pensó ¿que habría sido su vida sin las maletas?, el siempre había sido un solitario, su mujer le dijo que a el no le gustaba la gente, que de alguna forma la odiaba, pero eso era imposible, el amaba las maletas, y las maletas forman parte de las personas, en ellas guardan y transportan sus objetos mas queridos, es como si el enamorado venerase el pañuelo, el peine, el perfume, todo lo que esta en contacto con su amada y la odiase, era un contra sentido, no, el no odiaba a las personas, solo que se comunicaba con ellas por las maletas.
Anselmo se sentón en la cafetería de empleados del aeropuerto, pidió su café, solo, doble y encendió un pitillo, miró al televisor y lo vió, de pié en las escaleras de entrada al palacio de la Moncloa, allí estaba con su traje azul impecable, con sus sienes plateadas y con esa sonrisa de vendedor.
Recordó que habían pasado ya treinta años, acababa de entrar a trabajar en el aeropuerto, hasta allí llegaban los pasajeros que habían perdido alguna maleta y el se las localizaba entre los montones que se almacenaban, le mandaban los casos imposibles que no llevaban identificación, pues muchas veces las personas eran incapaces de dar mas datos que el color o el tamaño y el se volvía loco si utilizaba el protocolo habitual, así que les rogaba a los desesperados viajeros que se alejaran un poco los miraba, les hacia algunas preguntas que los viajeros contestaban atónitos, desaparecía en el almacén y al rato les sacaba su maleta y cuando venía alguien que no era el dueño, sino un mandado les decía que solo las podía localizar si venía su propietario.
Recordó aquel día que llegaron dos hombres y una mujer, traían una maleta que según le dijeron alguien había extraviado, se extraño, parecían policías, pero eran demasiado sofisticados, el llevar una mujer le desconcertó ligeramente y los otros dos tenían ademanes de mando pero su porte no eran tan zafio como los secretas que pululaban por las estaciones, tampoco le parecieron militares, llevaban la ropa de paisano con demasiada naturalidad, sin esa afectación que tienen los que estan acostumbrados a llevar uniforme, que hacen de toda la vestimenta una prolongación del reglamento, no, había en ellos algo rígido, pero al mismo tiempo algo de flexibilidad. Por unos instantes se sintió desconcertado, pero no había duda, eran gente de armas, debajo de sus impecables americanas el adivinaba sus pistolas, aunque hablaban con soltura, sin ese dialecto chulo de la pasma y se notaba que eran gente con estudios, su forma de mirar inquisitivamente y el modo en que se relacionaban entre ellos manteniendo una suave jerarquía, le convenció de que se encontraba ante un nuevo grupo que hasta ahora desconocía, ¡vaya!, el régimen se estaba modernizando, no había duda, eran lo que se podía llamar, servicio secreto o servicio de inteligencia.
Le dejaron la maleta y se fueron. Salió fuera, al vestíbulo haciendo que se fumaba un cigarro y estiraba las piernas y los descubrió, separados y disimulados entre la gente que abarrotaba el hall.
Estaba claro, cuando viesen aparecer al sujeto que había recogido la maleta extraviada, saltarían sobre el.
Recordó como entro nuevamente y analizó la maleta, estaba cerrada, pero olía como a papel y a tinta fresca, la movió bruscamente, sin duda, no había ropa en su interior, el peso y el ruido le convencieron de que esa maleta contenía libros, o mejor, papeles, muchos papeles, ¡ya está, eran octavillas!. Exteriormente tenía varias pegatinas de universidades, grupos extranjeros de música y en un lateral parcialmente borrado se adivinaba un grabado del símbolo pacifista.
Si, habían pasado ya treinta años, pero lo recordó como si fuera ayer, cuando lo vio entrar nervioso, dubitativo, sudaba y tartamudeaba, entonces era un muchacho, con aquella trenka de color verde, los pantalones marrones de pana, el pelo largo.
Recordó como salió rápidamente del mostrador y antes que cerrase la puerta lo agarro por el hombro y gritó para que le oyesen bien -“Jose, Jose, hazte cargo un momento, ha venido mi sobrino a verme y nos vamos a tomar un café”-. El muchacho estaba tan desconcertado que ni siquiera se resistió. En dos palabras le puso al corriente de la situación -“Te han tendido una trampa, si coges tu maleta con las octavillas, te detendrán inmediatamente, tomate un refresco conmigo y dile a tus amigos que departe del hijo de Rufino el comunista, no manden a niños ha hacer el trabajo de hombres”.
Anselmo dio una larga chupada al pitillo
-“Ponme una copa Luis”- le dijo al camarero
-“Coño Anselmo, a la vejez viruelas”--“Calla”- le respondió – “Es mi último día de trabajo y quiero brindar por mis errores”- y levantó la copa hacia la televisión.
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MALETAS
por Romina
Mi maleta es un bandoneón. Se expande y se hace de nuevo pequeña con el aire que respira, según las notas de la nostalgia, ese tango que se canta bajito. El mundo cabe en una maleta, y una maleta es el futuro del mundo. Dicen en el periódico que mi país está lleno de maletas. Listas. Huidizas. ¿Serán de madera, como dice la canción canaria que escucho hoy y que habla de otras, muchas, tantas maletas?
La tapa que se cierra es el límite. Su forma rectangular, el espacio. A veces las mentes son como maletas, cerradas, duras, impermeables a los cambios, seguras de sí mismas y antiabolladuras como las samsonite; otras veces flexibles, débiles, irremediablemente abiertas y perdiendo pensamientos por el camino, como esas de tela plástica trenzada, de una especie de arpillera antiecológica que transportan atadas con piolines los inmigrantes. Esas que los funcionarios miran negando casi imperceptiblemente con la cabeza en señal de desprecio: maletas pobres. Maletas de quienes – para ellos es obvio- no saben cuidar lo que transportan. Recuerdo aún a uno, uniformado, con suficiencia, intentando hacer comprender a una pareja que el bulto no podía ir abierto unos 30 centímetros y atado con gruesa soga, y negándose a subir semejante exhuberancia maletera al avión.
Maletas del desarrollo y del subdesarrollo, aunque por una regla inversamente proporcional, a menor desarrollo más maleta, porque el viaje es largo y el futuro imprevisible. Y una tercera categoría, la no-maleta. Para aquellos que no transportan ni siquiera una de arpillera plástica a cuadros.
Una maleta vacía, como una mudanza, hace pensar en todo lo superfluo y en todo lo que falta. En todo lo que importa y lo que no vale la pena echar de menos. Compañera fiel, que recibe los golpes incólume y valiente, mucho más corajuda que su transportador, capaz de sobrevivir perfectamente sin él (que no viceversa). Maleta que pone al ser humano frente a la realidad del placer y la libertad, pero también de la desolación, la soledad y el miedo. Cuántas cosas caben en una valija-bandoneón. Y de qué poco sirven a veces.
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Pero no sólo...
por Ángel
Veo maletas de odio, desprecio y destrucción
En una mañana gris y austera
Apreturas en el metro
Confusión en las aceras
Mochilas que estallan en Atocha, El Pozo, Santa Eugenia
11 de marzo cuánto dolor
No ha terminado la tragedia
Bomba que revientas el monstruo de Leganés
Pero no sólo...
Son maletas de muerte
Empañan un sentimiento
Una cultura
Una ciudad
Tantas cosas, personas, ideales
También arrojan miedo sobre la inmigración
Ciento noventa y dos almas sin amparo
Mil quinientos heridos
familias destrozadas
¿Quiénes son los culpables?
Las calles se llenan de palabras
Manipulación sobre nuestras cabezas
Pero no sólo...
Maletas cargadas de explosivos para matar
No las respeto, no las quiero
Cinta con versos de locura
¿Cómo hemos llegado a esta situación?
Tristeza en los bares, en los parques
Dicen que fuiste tú
¿Cómo pudiste ponerlas?
¿No te tembló el pulso?
¿En qué pensaste antes de largarte?
Protesto, grito, me conmuevo
Maldigo cien y mil veces a quien las colocó
Lágrimas en los andenes
Fanáticos sin piel
Cerebros colapsados
La ira no justifica el fin
Último viaje de terror
Pero no sólo...
No sólo hay maletas así
No debe haberlas
¿Quiénes somos?
Humanidad
¿Quiénes nos creemos?
Humanos
Hay millones de maletas que cargan sueños, esperanzas, justicia
Y golpes de ilusión
Están muy cerca de nosotros
Las de las escuelas, las de las huidas, las de los que buscan la Paz
No las de los ejecutivos –agresivos-
Tampoco las más pesadas –por inertes-,
Jefes de gobierno, ministros de exteriores, interior y otros más
Líderes sociales o de opinión
Ni mucho menos las de las mentiras
Dudo de las de las mudanzas
-Horrible vendaval-
Mejor siempre cuando son livianas...
y se llenan en destino
-con tus besos sin ir más lejos-
Sin duda,
son más las que hacen sonreír que llorar
¿Quién lo olvida?
Nadie
¿Quién las necesita?
Todos. Todas. Vosotros. Vosotras
Al unísono.
Trozo de raciocinio
Romanticismo en vena
Muda en situación
Maleta de trabajo, ¡qué coñazo!
Hay muchas, demostrado,
Que emocionan más que marchitan.
Sugieren más que amargan
Regalan más que quitan
El mejor ejemplo; tu mochila de acampada,
El saco de invierno en lo más hondo,
La ropa limpia por encima
La comida en los bolsillos laterales
El aislante -humedad- enganchado a la cremallera
Agua fresca en la cantimplora
Cumbres nevadas en el horizonte
Raquetas en los pies
(Me gustas con pantalones aventura
Jersey climatizado
Gafas oscuras en esmeralda
Factor 50 para rostro cálido
Mapa en el bolsillo del forro polar
Secador en el maletero)
¿Y qué decir de las maletas que van al Caribe?
Aquellas que movemos por aeropuertos ruidosos
Overbooking a la vista
Que olvidamos en autobuses repletos
de gentes, de historias, de recuerdos
Que portamos por calles al fin del mundo
Mundo sin fin, hoguera de felicidad
Y todas las que se preparan en hora media
Que no tienen más que manta y camino
Que sirven para olvidar la rutina y conquistar el mar
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EL HÉROE
por Dani
Dedicado a la nueva sociedad fractal
Le temblaban las rodillas y eso hacía la conducción peligrosa. En el asiento del copiloto, el maletín parecía rodeado de un aura que lo hacía distinto al de esta mañana, todavía vacío e inocente en el despacho hasta que, una vez salieron todos de la sucursal, Martín lo llenara con siete fajos de 500 billetes de 500 euros cada uno.
Para evitar fugas de atención facilitaré el resultado de la multiplicación: 1.750.000 euros, casi 300 millones de pesetas. Suficiente para un retiro confortable en algún lugar alejado de la aplicación de la ley.
Le temblaban las rodillas al volante de su BMW. Lo único que habitaba la cabeza de Martín en esos momentos era que tenía que evitar a toda costa un accidente con el coche, de modo que procedió por primera vez desde la autoescuela a transitar el carril derecho. Una lucecita agravó el temblor de nuestro héroe: se estaba quedando sin gasolina. Se detuvo en una estación de servicio, llenó el depósito como era su costumbre y a la hora de pagar se dio cuenta de que no tenía metálico suficiente en la cartera. Le pareció muy poco conveniente pagar con tarjeta, pues supondría una pista ideal en el caso de que ya estuviera siendo perseguido por la policía. Pidió entonces permiso para buscar en el coche, donde “seguramente habría dejado olvidado un billete”.
Abrió el maletín, temblando como una vibradora neumática. Casi le alcanza el infarto cuando un camión hizo detonar su bocina apremiándole para que dejase libre el surtidor. Arrancó el coche y lo colocó cerca de los lavabos. Decidió entonces meterse en un aseo para realizar allí la operación. Apoyó en maletín en una cisterna baja volcándose aquél de manera que dos de los fajos cayeron al impropiamente llamado inodoro. Los demás quedaron en estado de semiflotación en el orinado suelo. Miguel, nuestro héroe, recogió los fajos introduciéndolos sin pudor en el maletín. Salió de la cabina dándose cuenta de que había olvidado coger uno de los billetes. Finalmente consiguió capturarlo en el coche. Para disimular en la caja, pidió también un paquete de tabaco y tomó un paquete de tiritas refrescantes. La cuenta ascendía a 59 con 30 euros. Presentó el billete de 500, afortunadamente seco a lo que el cajero respondió señalando un cartel en el que ponía que por razones de seguridad no aceptaban billetes ni de 200 ni de 500 euros.
Entonces tuvo que rellenar una declaración comprometiéndose a saldar la deuda con la gasolinera en menos de 24 horas, después de lo cual la policía le pondría en busca y captura. Fue al pueblo más cercano y compró cuatro jamones y nueve quesos para cambiar uno de los billetes. Volvió a la gasolinera, pagó y reanudó su fuga hacia la frontera con Portugal. Llegó al puerto de Lisboa cinco horas más tarde, con las ventanillas abiertas para amortiguar el olor del embutido y el tufo que despedía el maletín. Se acercó a hablar con un mozo de carga. Después de averiguar que el barco para el que trabajaba se dirigía al Pacífico, consiguió sobornar al mozo para que ocultara a Martín en un gran baúl comprometiéndose a alimentarle y darle de beber de vez en cuando. No fue difícil convencer al mozo, quien contestaba a todo que sí.
El buque mercante se puso en marcha con Martín en la bodega, dentro de su baúl junto al maletín y un queso manchego que cogió por precaución. El mozo, ucraniano recién llegado a Portugal resulta que conocía un solo vocablo en portugués: la palabra “sí”. Se quedó en tierra con 1000 euros y el BMW, y pensando que todo lo que cuentan en su tierra acerca de Europa Occidental es estrictamente cierto.
De no haber naufragado el buque un par de semanas más tarde, Martín hubiera muerto en el interior de su baúl. En cambio, las corrientes arrastraron el receptáculo de nuestro héroe hasta un pequeño atolón. Cuando consiguió abrir el baúl ya estaba al borde de la muerte. En el atolón, cuyos componentes principales son arena y agua salada, no cabían muchas más esperanzas de sobrevivir, de modo que Martín se dispuso a morir tumbado en la arena, observando el maletín que le había costado la vida. Dentro de la agonía hubo lugar para un ataque de ira que requirió de sus últimas fuerzas para abrir la maleta y arrojar con furia todo el dinero al mar. Martín se quedó mirando cómo los billetes eran devorados por una enorme ola en el momento en que empezó a escucharse el trueno mecánico del helicóptero.
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Bye suitcase
por Kateleine
A suitcase in my hand
I found it down in the garden shed
I haven´t opened it yet
´Cause I fear it
But I´m not Pandora
It´s a small black suitcase
It´s a dirty leather suitcase
Hello, I know you´re mine
I left you long ago
Hello
She has a suitcase in her head
Keeps all her bad memories in there
Threw the key away
Lives an apparently happy life
He has a suitcase in his heart
He cannot open it
´Cause long ago people closed it with force
Now he searches the key
I will open this suitcase
This small and black and dirty leather suitcase
And whatever is in there
It´s my history
It´s mine
I have to live with what´s in there
I have to accept it
Have to eat it and digest it
Maybe beat it and then let rest it
I search the danger in there
Take it all with me
And throw the empty little suitcase
The small and black and dirty leather suitcase
Away
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Ses Maletas
por Ramiro
Digamos que vuelves de Costa Rica, pura vida; eres feliz durante un instante de tu vida. Tu cabeza sigue repasando imágenes ya vistas, voces ya inaudibles, risas, miradas, frases, lágrimas, espaldas, brazos, manos, dedos…ya se sabe, la humedad del trópico. La Vida, intensa, bella, grande, humana, explosiva. El avión no tan explosivo esperemos. Filas aquí, filas allá; burocracia absurda, papeles y más papeles cuando tu ya sabes, lo acabas de ver, que la vida no cabe en papeles, no? No. Ahí sentada mirando el ala, el motor que te llevará, como un purgatorio invertido, del paraíso a tu vida, ésta ya con minúsculas. Por supuesto tus ojos no ven esa lámina de metal remachada, ni el hormigón que está más allá en el suelo, ni siquiera al tipo aquel que allá abajo saca un peine y se peina como si a alguien en este universo, o en cualquier otro, le importase el orden de sus pelos. Tus ojos llevan 6 horas sin cumplir su cometido, ya no sirven para ver. Lo que ve tu mente llega de algún otro sitio, de alguna neurona superviviente a tanta cerveza imperial, que se aferra desesperada al inmediato pasado. Suspiras y sacando fuerza de donde siempre la sacas (sabrá dios de donde) te consuelas pensando en las fotos, aunque por supuesto eso no será más que otra vuelta al pasado, al paraíso perdido. Más tarde o más temprano llegas a Mallorca, Son Sant Joan, tú sola, es decir sin esos espectros del pasado estampados en papel, llámense fotos. Llegas tú sola, sin fotos, es decir, sin maletas. Tras ardua batalla, discusión, pleito con todo aquel que se pone por delante recibes un cheque y una comprensiva palmadita en la espalda que no es devuelta en la mandíbula por simple urbanismo y por un pequeño esguince que nunca se curó del todo. Con los ojos aún rojos de rabia llegas a casa, te tumbas, duermes, ¿sueñas?...
Hay un tipo de azul con una gorra de estas como de mosquitera, por el aliento se diría que está de resaca, en el mejor de los casos “…de la caña se hace el guaro, que caramba si la caña es buena fruta/ si la caña se machuca que caramba si el guaro también se chupa…” Coge una maleta lee la etiqueta, “pa allá” lee, pa alla, cierra los ojos, los abre lee, se los frota, pa alla lee, bosteza, pa alla, lee se rasca la entrepierna, pa alla lee, piensa en Juan, que jueputa como me dijo eso, pa alla y como le creyeron los otros, lee pa allá, lee y la pendeja esa como me miraba, pa alla , lee, pa alla ya vera esta noche mi amorshhh, pa allá, pa donde, pa allá pa Nueva York pa donde, Nueva York, por qué, no sé, pa allá…
El avión sube, el avión baja, es su absurda costumbre, subir, viajar y bajar. Baja en Nueva York, aterriza sobre un presidente muerto como si tal cosa, con tus fotos en su barriga, ya ves tú, para que querrá Kennedy tus fotos. Hay un negro, un tal Mark que no lo entiende. Aunque de geografía no va sobrado, sospecha que Palma de Mallorca no es un condado de N York, ni de N Jersey, como mucho de Ohio. Así que sin más decide quedarse la maleta.
A ver; Mark es un tipo honrado, a pesar de su raza, pero astuto, a pesar de lo mismo y tras dos meses en este trabajo edificante ha notado que cuando algo se pierde, maricón el último y negro sí pero maricón tú padre. Además tiene un pálpito. Así que una vez a salvo de miradas curiosas, en su habitación, con mucho cuidado, mucho tiento rompe el candado, en silencio, oyendo como el hierro toca y pasa por cada pedacito de cremallera; parando sólo para que su negro corazón lata más despacio y poder así oír cómo un aire de otros lugares sale de la maleta. Una vez abierta le sorprende la normalidad. Mira de esquina a esquina y no encuentra su tesoro, sólo ropa, ni un nombre, ni una postal, ni una foto; solamente una camiseta donde pone “Santa María del Camí”, rodeada de otros trapos que nada dicen.
Decepcionado se sienta en la cama y mira la pared blanca sin pensar nada concreto. Sólo necesita un breve descanso para recuperarse del golpe dado a su curiosidad. “Santa María del Camí”, se dice, “Mallorca” tras cinco segundos se reafirma en la idea de que no tiene ni puta idem de donde está eso. Se levanta, coge un libro gordo, con fotos y mapas y busca y encuentra, Spain, Mediterranean sea. Con la curiosidad recuperada busca ávido en la maleta, necesita otro dato que le alimente. Eureka! Dios es grande y negro, un carrete, mucho más de lo que esperaba. Así que coge 20 dolares del cajón de la pasta y corre a la tienda de fotos de la esquina. Una hora, mierda! Se va al bar y pide una cerveza que bebe veloz como si el hecho de hacerlo todo más rápido fuese a acelerar el tiempo. Obviamente, lo único que ocurre es que se bebe 4 cervezas en una hora que al caer en el vacío le dejan aún más aturdido. Recoge las fotos y nervioso se las guarda en el bolsillo de la casaca verde de ex combatiente y sube a su cuarto. Una vez dentro las mira y contempla el pasado, mierdas! tu pasado. Agua, arena, rastas, tablas, bikinis, pies, bares, monos, faldas, niños, risas, risas y siempre una chica que se repite o un dedo en su defecto, lo que le hace suponer la propiedad del dedo, o de la chica. Y coño, le gusta el dedo, no sabría decir por qué, pero le gusta.
Pasan los días y las fotos recubren las paredes, las mira y remira, de cerca, de lejos y piensa, Mallorca y piensa Santa María del Camí y piensa…
Así que un buen día, es decir, soleado, baja por unas escaleras y toca el hormigón de Son Sant Joan, Palma de Mallorca. Llega a un edificio no muy hermoso, al salir le paran, le miran y le registran, pero hey! me american citizen, yes my friend, pero negro, yes my friend pero con pasta, pase pase.
En el taxi saca la camiseta y dice here, Santa María del Camí. El taxista le dice que yes, que le enseñe primero la pasta. A las 11 o las 12 de la noche (yo no estaba allí) llega a Santa María del Camí y en el primer bar enseña la foto, le xerran, le hablan, pero a él le da igual, sólo entiende María a lo que dice yes Santa María, sin saber que busca a María a secas, sin el santa, aunque no es mala chica. Entonces un borracho que estaba en la barra del bar intentando patéticamente ligarse a otra clienta, le dice que conozco a la chica, come with me concert, cheb Balowski, come with me, my name Ramiro. En el concierto el guía se pierde en seguida. Mark nervioso se va a por una beer y se apoya en la barra observando. Entre la gente te ve a ti, María, bailando y mientras bailas se acerca despacio, te roza un hombro y sonríe: “hola, I have your bag”